La versión que Francis Ford Coppola hizo de Drácula es una historia de amor imposible más de que terror. Sin entrar en la fidelidad a la novela de Bram Stoker -uno de los textos más terroríficos que yo haya leído-, la película aborda la búsqueda por el atormentado Conde Drácula, "a través de océanos de tiempo", de su amada muerta.
En la escena, el Conde (Gary Oldman) se aparece ante Mina (Winona Ryder). Ambos se han reconocido y ahora ella se le ofrece para siempre. Es una entrega incondicional que implica la muerte en vida, ser una no-viva para la eternidad, igual que el Conde. Coppola entendió la escena como un momento de arrebatado romanticismo: Quiero ser lo que tú eres, ver lo que tú ves, amar lo que tú amas.
La entrega culmina con el intercambio de la sangre de cada uno, convertida en un acto de enorme carga erótica. El mordisco del Conde, doloroso y placentero; pero sobre todo, la sangre que Mina chupa del pecho de su amante, elegante metáfora de una felación.
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